Leonor de Aquitania fue una de las mujeres más poderosas e influyentes de la Edad Media. Heredera de un vasto territorio que abarcaba el suroeste de Francia, se convirtió en reina consorte de Francia y luego de Inglaterra por sus matrimonios con dos reyes rivales: Luis VII y Enrique II. Fue madre de diez hijos, entre ellos dos reyes famosos: Ricardo Corazón de León y Juan sin Tierra. Participó en la segunda cruzada, se rebeló contra su segundo esposo, gobernó como regente en ausencia de su hijo y fue una gran mecenas de las artes y la cultura. Leonor de Aquitania Una heredera codiciada Leonor nació en Poitiers en 1122, como hija y heredera de Guillermo X, duque de Aquitania y conde de Poitiers, y de Leonor de Châtellerault. Su padre le proporcionó una esmerada educación, que incluyó el aprendizaje del latín, la música, la literatura, la caza y la cetrería. A los quince años, quedó huérfana y heredó el ducado de Aquitania, uno de los más ricos y extensos de Europa, que se extendía des
Gobernó
con el nombre de Maatkara
Hatshepsut,y fue la mujer que más tiempo estuvo en el trono de las "Dos
Tierras".
Hatshepsut
no sólo pretendió ser "faraón", sino que se proponía inaugurar una
auténtica dinastía femenina de reyes.
Reina
consorte y regente
Hatshepsut
probablemente nació en Tebas, por entonces capital del estado, pero no se sabe
exactamente la fecha.
Su padre
fue el faraón Tutmosis I que no era, como sucedería a lo largo de toda esta
dinastía, hijo legítimo de Amenhotep I, a quién sucedió, sino hijo de una
esposa secundaria. Por ello, para legitimar su poder tuvo que casarse con la
princesa Ahmose, esta si, hija legítima del faraón.
La pareja real, Tutmosis I y
Ahmose, tuvo al menos cuatro o cinco hijos, pero sólo uno, debido a la gran
tasa de mortalidad infantil, llegaría a la edad adulta, Hatshepsut.
Nuevamente, pues, una mujer sería
la heredera legítima, pero, y aunque su padre intentó que le sucediera, una
conjura palaciega valedora de la tradición del trono masculino encabezada por
el poderoso visir Ineni, haría que esta tuviera que casar con un hijo varón que
su padre hubiera tenido con una concubina. El elegido fue el que posteriormente
se conoció como Tutmosis II.
Hatshepsut, tuvo que conformarse
con ser la Gran Esposa Real de su hermanastro, pero esto, se cree, fue un duro
golpe a su orgullo de nieta e hija de faraones ya que por línea materna ella
era la heredera legítima de estos, por tanto, no debíó soportar muy bien la
idea de supeditarse a su marido.
Hatshepsut se iba a convertir con
el tiempo en un peligro para los observantes de la tradición masculina. De
hecho, mientras su
débil y blando esposo ceñía la doble corona, ella comenzó a rodearse de un
círculo de adeptos que no dejaron de crecer en poder e influencias: como
Hapuseneb y Senemut, dos poderosos e influyentes hombres de la Corte.
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Dyeser-Dyeseru |
El
marido de Hatshepsut murió pronto, y como ya había ocurrido anteriormente de la
esposa real sólo había sobrevivido una niña, Neferura. Sin embargo, una vez
más, Ineni se posicionó rápidamente y consiguió que la nobleza aceptara a uno
de los dos vástagos varones que Tutmosis II había tenido con las concubinas,
aunque estos eran aún muy niños. Se eligió al que sería nombrado rey como
Tutmosis III.
Hatshepsut,
dado que Tutmosis III era demasiado pequeño para gobernar, asumió la regencia
(nunca antes había sido regente una mujer que no fuera madre del rey). Pero no
estaba dispuesta a que la historia se repitiera con su hija. Pospuso
indefinidamente el matrimonio entre el nuevo rey y su hija, la princesa real Neferura, única persona que podría legitimar su
ascenso al poder absoluto.
La reina faraón
Cuando
Hatshepsut ya se supo segura y arropada por poderosos personajes, dio un golpe
de estado amparándose en la teoría de la “teogamia” (según la cual ella anunció
que era hija legítima del dios Amón que había fecundado a su madre). La
maniobra (a la que muy pocos faraones recurrieron para validar su derecho al
trono), pilló a sus adversarios desprevenidos (su estatus pasaba ahora por ser
poco menos que un dios vivo, su figura era sagrada), lo que aprovechó la reina
para proclamarse faraón de las Dos Tierras, relegando a Tutmosis III a un
segundo plano para siempre, pero sin ser su prisionero (él asumió después el
papel de mando de los ejércitos). El poder, era suyo, ella era la legítima
heredera y la única con derecho a ocupar el trono del faraón. Fue la tercera
reina-faraón de Egipto.
Hatshepsut
asumió todos los atributos masculinos de su cargo excepto el título de
"Toro poderoso" haciéndose representar a partir de entonces como un
hombre y tocándose de barba postiza. Hatshepsut gozó de uno de los reinados más
prósperos de toda la historia egipcia.
Con sus
poderosos aliados, los sacerdotes de Amón, se aseguró un reinado tranquilo que
aprovecho para realizar importantes construcciones para embellecer el país y un
histórico viaje al país de Punt 8probablemente actual somalia), lugar legendario
donde se creía abundaban los árboles de incienso y mirra, necesarios para las
ofrendas al dios Amón, pero al que se le había perdido la pista de su ubicación
hacía mucho tiempo. El viaje fue un éxito (no sólo fue un éxito al conseguir importar la preciosa mirra
a Egipto, trayendo las raíces de estos árboles, sino que trajo extrañas
especies animales antes nunca vistas y generosos cargamentos de oro, marfil,
ébano y otras maderas preciosas que enriquecieron considerablemente las arcas
reales y las de los templos) y supuso otro hito en el reinado de Hatshepsut por el que sería
recordada y alabada por sus súbditos.
Pero sin
duda, aunque fueron muchas, la obra por la que Hatshepsut pasaría a ser
conocida por la posteridad sería su templo funerario de Deir el Bahari (“La
maravilla de las Maravillas”), en Tebas. Para edificar su templo, dedicado al
dios Amón, encargó la tarea a su arquitecto favorito, Senenmut, del que se ha
dicho, habiendo muchos datos que así lo hacen suponer, que fue el faraón en la sombra
(ya que él era plebeyo), amante de la reina desde sus tiempos de esposa de
Tutmosis II, y padre de la única hija de Hatshepsut, Neferura.
El
resultado aún puede contemplarse hoy día en Egipto, siendo una de sus joyas
arquitectónicas. Conocido por aquel entonces como el Dyeser-Dyeseru (el sublime
de los sublimes), su estructura en forma de largas terrazas y de rampas con
suave inclinación, le hacen fundirse a la perfección con la roca y el entorno.
Uno de
los misterios en dicho templo radica en un sector sellado como una caja en la
pared en que se puede observar por un lado a Hatshepsut en actitud amatoria y a
Senenmut en la otra cara, como receptor de la pose amatoria de la reina, lo que
se ha interpretado como un íntimo vínculo (prohibido por su linaje) entre el
arquitecto y la reina-faraón.
En el
templo, también se puede apreciar la decoración de las paredes aludiendo al
viaje a Punt, que tan importante posición proporcionó a Hatshepsut.
El
final y el olvido
Pero
Tutmosis, sobre el año 15-16 del reinado de Hatshepsut, empezó nuevamente a
hacerse fuerte y a reivindicar su derecho a gobernar apoyado por sus también
poderosos partidarios. El joven rey cada vez estaba más dispuesto a alcanzar el
poder a cualquier precio.
Así, no
es de extrañar que en apenas un año murieran los dos principales sustentos de
la reina y sus más grandes apoyos, Hapuseneb y Senenmut. Y por si no fuera
poco, poco después murió, en extrañas circunstancias, la gran esperanza, el
arma secreta de la reina, la princesa Neferura (con quien pretendía seguir la
dinastía femenina de reyes egipcios).
Los
golpes que sufrió Hatshepsut en torno al año 16 de su reinado fueron tan
grandes que a partir de entonces la reina se retiró parcialmente del cargo y el
otro rey, Tutmosis III, comenzó a tomar las riendas del gobierno.
Hatshepsut
murió (posiblemente por un cáncer en el abdomen) en su palacio de Tebas tras un
largo reinado de 22 años, contando ella en torno a los cuarenta o cincuenta
años de edad.
Tras su
fallecimiento, Tutmosis III hizo desaparecer el nombre de Hatshepsut, y el de
Senenmut, borrándolos sistemáticamente de todos los anales y edificios
egipcios, asegurándose de esta forma el olvido de la reina-faraón para la
posteridad.