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EMPERADORES Y OTROS PERSONAJES ROMANOS INFLUYENTES NACIDOS EN HISPANIA

Hispania fue una de las provincias más importantes y prósperas del Imperio Romano, que aportó a Roma no solo riquezas materiales, sino también humanas.  De hecho, tres de los emperadores romanos más destacados nacieron en Hispania: Trajano, Adriano y Teodosio. Estos son sus biografías y sus logros e hitos más importantes: Trajano Trajano   Trajano (53-117 d.C.): nació en Itálica, cerca de la actual Sevilla, en el seno de una familia senatorial de origen itálico. Fue un brillante militar que sirvió bajo los emperadores Domiciano y Nerva, y que fue adoptado por este último como sucesor. Ascendió al trono en el año 98 d.C., siendo el primer emperador no nacido en Italia.  Bajo su gobierno, el Imperio Romano alcanzó su máxima extensión territorial, tras conquistar Dacia, Armenia, Mesopotamia y parte de Arabia. Fue un gran administrador y constructor, que realizó numerosas obras públicas como acueductos, puentes, carreteras, puertos y edificios monumentales. Entre ellos destacan el Foro de

INÉS DE CASTRO: LA ESPAÑOLA QUE FUE REINA PÓSTUMA DE PORTUGAL

Aunque en el vida de Inés de Castro la leyenda y la realidad van de la mano lo cierto es que cuando su amante y enamorado Pedro I de Portugal ascendió al trono, la hizo nombrar reina consorte.

Si bien es cierto que posiblemente el rey no hiciera exhumar su cadáver para la coronación, si es posible que la ceremonia se llevara a cabo con una imagen de Inés en cera.

Inés de Castro
La realidad y la leyenda

Se ignora la fecha exacta del nacimiento de Inés de Castro, aunque se da por válida la de 1325) ni su lugar de nacimiento, aunque bien podría haber aconteció en la comarca gallega de La Limia, ya que su familia, la poderosa Casa de Castro, emparentados con los primeros reyes de Castilla (su padre era nieto de Sancho IV de Castilla y su madre descendía de Alfonso VI de Castilla), eran los señores del lugar (de Monforte de Lemos).

En la vida de Inés de Castro confluyen y se confunde tanto la leyenda como la historia real, pero lo cierto que aún hoy día las modernas investigaciones no han podido desvelar por completo que parte corresponde a una y cual a otra.


Inés era hija natural y aunque no se sabe nada de sus primeros años, se cree que debió ser educada en el palacio de don Juan Manuel, duque de Peñafiel y marqués de Villena, al lado de la hija de este, Constanza Manuel, a su vez prima de Inés.

A Constanza Manuel, con tan sólo nueve años, su padre la casa con el rey Alfonso XI de Castilla que a la sazón contaba catorce años. Dada la minoría de edad de Constanza el matrimonio no llegó a consumarse, aunque Constanza pasó a titularse reina de Castilla. Pero dos años más tarde fue repudiada por su marido pues este quería casarse con María, hija del rey de Portugal, Alfonso IV a fin de estrechar lazos con este reino.


Pero Alfonso XI no la dejó marchar, sino que la recluyó en el castillo de Toro. Tuvieron que pasar varios años y una declaración de guerra por parte del padre de Constanza al rey de Castilla para que este la devolviera a su familia.

Cuando Constanza cumplió quince años su padre, la vuelve a prometer, esta vez al infante don Pedro, heredero de Portugal y futuro Pedro I, cuatro años menor que ella. Finalmente la boda se lleva a cabo por poderes cinco años más tarde, y una vez que obtiene el permiso del rey Alfonso para viajar a Portugal se casa en Lisboa en 1339.


Pedro I de Portugal
Constanza tuvo tres hijos con el infante don Pedro: Luís (que sólo vivió ocho días), María, (1342-1367) y Fernando (1345-1383), que sería el futuro rey Fernando I de Portugal. Pocos días después del nacimiento de este su tercer hijo, en 1345, Constanza murió de puerperio.

En el séquito que Constanza había llevado a Portugal para su casamiento con don Pedro iba precisamente Inés de Castro como su dama de compañía, de la que el infante luso se enamoraría, según la tradición, perdidamente. Sin embargo, dada la noble condición de Inés no estaba bien visto que fuera amante, pero parece que el enamoramiento era tal que los celos anidaron en Constanza.

Sin embargo, a partir de la muerte de la reina (1345) las cosas entre Pedro e Inés cambiaron y pudieron dar rienda suelta a su pasión. La pareja tuvo cuatro hijos: Alfonso (1346), muerto al poco de nacer; Beatriz (1347–1381); Juan de Portugal (1349–c. 13961387) y Dionisio (1354–1397). La descendencia de Inés no ascendió directamente al trono, pero contrajo alianzas con todas las familias reinantes en Europa, en especial su hija Beatriz.

Asesinato de Inés
Boda secreta y asesinato

Nueve años después de la muerte de la esposa legítima de Pedro I, se casó éste con la que había sido durante tanto tiempo su amante, santificando su unión ante el obispo de Guarda y de algunos servidores; pero si la unión fue bendecida, ningún documento pudo presentarse que lo probara; nada especificó los derechos que adquirían la nueva esposa y sus hijos, y ninguno de los testigos del matrimonio, ni el mismo príncipe, cuando llegó a ocupar el trono, pudieron asignar una fecha precisa a aquel matrimonio clandestino que debía dar una reina a Portugal.

En 1355, Alfonso IV el Bravo recibió la visita de varios personajes influyentes, enemigos de la familia Fernández de Castro, y persuadieron al rey de que era preciso disminuir las pretensiones de aquella casa poderosa que se hacía temer casi tanto en Castilla como en Portugal, y que el medio más seguro de conseguirlo era quitar la vida a Inés, que iba a subir al trono de Portugal. Los principales instigadores de este atentado fueron tres señores enemigos de los Castro, llamados Alonso Gonçálvez, Pedro Coelho y Diego López Pacheco.

El rey entonces empezó a temer por su nieto Fernando, el hijo de Constanza, pero por otra parte consideraba demasiado cruel matar a una mujer inocente. Pero lo cierto es que el rey aprovechó un día en que el infante Pedro había organizado una cacería, y se dirigió secretamente al Monasterio de Santa Clara, próximo a la Quinta das lágrimas, en Coimbra, donde residía su hijo con Inés. Cuando Inés supo la llegada del rey y sus intenciones le suplicó al monarca por su vida rodeada de sus hijos. El rey se apiadó y abandonó el lugar, pero los instigadores le volvieron a suplicar que les dejara acabar con la vida de Inés. El rey no lo impidió, y los entraron en las estancias de Inés y la mataron a puñaladas.

Una corona póstuma

Su asesinato provocó la ira de Pedro que incluso se levantó contra su padre, aunque pronto se reconcilió con él. Pero dos años más tarde, en 1357, el rey falleció y  Pedro le sucedió en la corona portuguesa.

Cuando Pedro subió al trono anunció su firme voluntad de casarse póstumamente con Inés y que al mismo tiempo tenía la intención de que fuera nombrada reina de Portugal. Según la leyenda admitida por la tradición, pero no probada por la historia, el nuevo rey de Portugal mandó exhumar el cadáver de Inés y la sentó en el trono haciéndola coronar y obligando así a los cortesanos a que le rindieran los honores debidos a una reina.

Sepulcro de Inés de Castro
Sin embargo, parece ser que las crónicas nada dicen sobre esta exhumación y esta ceremonia. Algunos historiadores suponen que el origen de esta leyenda puede ser la costumbre que en Portugal había de besar la mano del cadáver de los reyes difuntos, o también de que en los siglos XIV y XV las efigies de los reyes, modeladas en cera, se colocaban sobre el túmulo funerario, y tal vez esta efigie de Inés fuera colocada por Pedro en el trono, obligando a que a su imagen, y no a su cadáver, se le  rindiera homenaje.
  
El rey luso también vengó la muerte de Inés. Tan pronto como pudo se encargó de ajusticiar a sus asesinos. De los tres instigadores de la muerte de Inés, Pedro Coelho y Álvaro Gonçalves expiaron de un modo terrible su crimen; al primero le fue arrancado el corazón por el pecho, y al segundo por la espalda; Pacheco consiguió escapar a Francia y se perdió su rastro.

También se cuenta que los funerales por Inés fueron espléndidos. Su cuerpo fue depositado en Alcobaça en una tumba de mármol blanco, con una efigie coronada que Pedro había hecho preparar de antemano, y cerca de la cual hizo erigir su propia sepultura. Dispuso que los catafalcos se tocaran los pies pues quería que el día de la resurrección, al levantarse, su primera imagen a contemplar fuera la de Inés.


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